Presentación

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La educación liberal que Platón menciona por primera vez en la Carta VII es indisociable de una comunidad (διὰ δὲ ἐλευθέρας παιδείας κοινωνίαν, 334 b). Cuál sea la forma que adopte esa comunidad, de la amistad al Estado, es menos importante que su idea o que su finalidad exija mucho más tiempo que el tiempo vital reservado a los individuos que la compongan; lo importante, lo único importante, es que esos individuos no crean, cuando les llegue su momento de responsabilidad, de sinceridad última, de separación y de entrega, que han vivido en vano. Cientos de artículos y de reseñas, más de veinte libros publicados, decenas de seminarios en una escrupulosa colaboración institucional, podrían servir para dar testimonio de que la torre del Virrey ha ido constituyéndose en una comunidad de educación liberal basada en la lengua franca de la traducción, que no privilegia ningún dialecto; en la renuncia a toda tentación de sustituir la interpretación y la investigación por ninguna consolidación ideológica y la disposición de volver a empezar una y otra vez desde el principio. Al amparo de los Estudios Culturales, no hemos borrado de su genealogía que cultura era la palabra con la que su inventor, Cicerón, atento lector de Platón, renunció a traducir la palabra “filosofía”, pudiendo de este modo conservarla para nosotros (Tusculanas 2.13). No hacemos más que lo que otros han hecho y otros tendrán que hacer, sin que esta persistencia humana haya sido nunca una excusa para no hacer nada. Hay tradición y hay trascendencia, y saber situarse entre una y otra, sin someterse nunca a ninguna de las dos, forma parte de la sabiduría que buscamos.

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